Luto por los migrantes
JOSÉ CUELI
Los migrantes en el mundo buscan un lugar. Peregrinan (es un decir) al filo de la muerte. Mientras, viven al margen, en el margen, en los márgenes, en las fronteras, en la exclusión, en la tierra de nadie, en la cordura y la locura, flotando entre el mundo real y el onírico, deslizándose en la vida-muerte.
En ese movimiento está la aspiración de llegar a los países ricos y obtener el título de exiliados. La aventura no es sencilla: la vida en el exilio pasa por diferentes espacios. Trazos que resignifican el desamparo originario. Desvalimientos que apuntan una incompletud.
Las noticias cotidianas no han conseguido cubrir el luto y el duelo por los 52 migrantes mexico-centroamericanos ahogados en un tráiler sin salida, deslizándose en un morir vertiginoso acicateado por la prisa de la “vida cibernética”, sin tiempo para la elaboración de las situaciones traumáticas sufridas en la lenta agonía dentro del tráiler, en nuestro caso o la de los países asiáticos y africanos, en los tráileres-canoas buscando las costas europeas mediterráneas que no aguantan el peso y terminan en el fondo del mar. ¿Cómo elaborar las muertes de estos migrantes?
Me parecen interesantes los conceptos de Emanuel Levinas en su libro Dios, la muerte y el tiempo, que ya he mencionado. “La vida humana no es un ocultar... Un vestir que es al mismo tiempo un desandar, porque es relacionarse... La muerte es la separación irremediable... La muerte es la descomposición, es la no respuesta... La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica, no se agota en esta aparición”.
Levinas enfatiza una reflexión que vale la pena retener: “El prójimo nos caracteriza como individuos, por la responsabilidad que tengo sobre él, la muerte del otro no sustancial, no simple, coherencia con los diversos actos de identificación, sino formada por una responsabilidad inefable”.
Morir, como morir del otro, afecta mi identidad, tiene sentido en su ruptura del mismo, su ruptura de mí, yo sin ruptura del mismo en mi yo. Con lo cual, mi relación con la muerte de los otros no es en sí, sólo conocimiento de segunda mano ni experiencia privilegiada de la muerte”.
Por tanto, y de acuerdo con Levinas, la muerte del otro es parte de mi propia muerte. No importa el color, la raza, la religión. La ideología o el estatus social; el otro que muere es parte mía, algo de él que muere en mí y algo de mi muerte con la muerte del otro. Algo de nosotros se muere con estas macabras desapariciones.
¿Cómo nos están afectando socialmente estas muertes?
Descansa en paz, Gastón Castellanos, neurólogo fundador de instituciones