¿Cuál será el futuro de los niños con tapabocas en este mundo digital? (X y último)
Paulina Lavista
Los niños pequeños que hoy miro caminando por la calle van de la mano de su madre o padre. Todos llevan tapabocas y de sus rostros únicamente veo sus ojos; a otros, también con tapabocas, los llevan con un cinto con correa (como a los perros) para que no los vayan a robar o secuestrar. No los veo sonreír, ni ellos a mí.
Extraño mucho no ver las caritas de los niños con su risa inocente, franca y pura.
Me es difícil imaginar cuál es el futuro que les espera ante las pandemias, las guerras, la violencia, el cambio climático y, debido al tapabocas, a la imposibilidad de aprender, por ahora, el importante lenguaje del rostro de las personas. Las expresiones como el enojo, la alegría, la tristeza, el asombro, etc. Son sustituidas por el sonido de la voz que se emite a través del tapabocas.
La imagen fotográfica que publico en esta ocasión la tomé hace casi 50 años. Salvador Elizondo, mi esposo, la tituló Matemática en la banqueta cuando se la mostré, se trata de un instante que pertenece a un pasado que hoy nos es totalmente ajeno.
Salvo en los niños muy pobres, ahora impera en la educación el mundo digital. Aprenden en una “tablet” o teléfono celular y cualquier cosa que quieran saber está al alcance de su mano con sólo digitar un botón, aunque muchas veces los datos que consultan están equivocados e inexactos. Es demasiada información que quizás tal vez no pueden procesar, no lo sé.
Lo peor, para mí, es el abismo que existe entre en un niño cuyos padres tienen el poder adquisitivo para comprarles aparatos digitales (computadora, teléfono celular o tablet, amén de las novedades que les esperan) y un niño pobre que no tiene agua en su vivienda, ni una buena alimentación ni acceso a la salud, etc., niños que de antemano tienen todas las de perder ante el mundo digital en que está inmersa hoy la sociedad en todo el planeta. Aun así, muchas veces esos niños del campo, pobres y desvalidos, alejados de la vorágine de las ciudades, nos sorprenden con habilidades y talentos inesperados.
El mundo ante mi larga nariz ha cambiado mucho en estos últimos 50 años. Ha habido muchas innovaciones y han desaparecido cosas que hoy recuerdo con nostalgia.
Ya no se estila mandar tarjetas postales de los viajes ni cartas manuscritas por correo aéreo, que uno recibía y contestaba con emoción; se acabaron los teléfonos de disco, se desapareció la enseñanza de la caligrafía y por ende la letra cursiva se eliminó para dar paso a la insulsa letra “script”. Los valores de la “elegancia” han cambiado radicalmente, como lo he observado; por ejemplo, antes, cuando era yo joven y presumida para salir a una fiesta o reunión social, uno sacaba del closet sus mejores prendas para lucirlas, hoy en las fiestas de “las niñas bien” de la alta sociedad de las Lomas de Chapultepec, lo “chic” es portar unos jeans bien apretados, rotos, con hoyos, como de pordioseras, que acompañan con zapatos de tacón alto y bolsas Cartier que valen una fortuna. Pienso que mi abuelita exclamaría: “¡¡¡¿ Pero será esto posible!!!?