24 de Noviembre de 2024

La testosterona que mata

ALEJANDRO HOPE

La semana pasada, el Inegi dio a conocer información preliminar sobre la mortalidad en México durante 2021. De manera predecible, la mayor parte de la atención pública se concentró en dos causas específicas de muerte: la Covid-19 y los homicidios.

Sobre estos últimos, la discusión se centró más en una discusión política que técnica. A la sazón, si la leve disminución en el número de homicidios fue resultado de la estrategia de seguridad del gobierno federal. La respuesta a esa pregunta es que no sabemos ni sabremos por un buen rato (si acaso), ya que 1) los datos son apenas preliminares y 2) tratar de extraer causalidad de un cambio pequeño, menor a tres puntos porcentuales, es tarea titánica.

Creo que esa deriva temática dejó de lado varios hallazgos interesantes que surgen de los datos del Inegi. Uno que me parece particularmente relevante es la notable diferencia en la propensión de hombres y mujeres a morir por causas externas.

Va algo de contexto para entender este asunto. En términos muy esquemáticos, el Inegi, siguiendo la práctica internacional, clasifica las defunciones por dos grandes familias de detonantes: enfermedades y causas externas. Y dentro de estas últimas, hay básicamente cuatro tipos (cada uno con múltiples subcategorías): accidentes, suicidios, homicidios y “eventos de intención no determinada” (algo que puede ser cualquiera de las otras tres categorías, pero no se puede clasificar con precisión).

En lo referente a enfermedades, la mortalidad entre hombres fue considerablemente mayor que entre mujeres (25% más elevada, aproximadamente). Pero esa diferencia palidece cuando se compara con lo que ocurre con muertes por causa externa.

Esa categoría acumuló, según los datos preliminares del Inegi, 84,759 defunciones en 2021. De ese total, 82% de las víctimas fueron hombres. En término de tasa por 100,000 habitantes, la diferencia de mortalidad por causa externa entre hombres y mujeres fue de cinco a uno.

Considerando solo los homicidios, la distancia es aún más amplia. La tasa de homicidio entre hombres fue de 50 por 100,000 habitantes, contra 6 por 100,000 habitantes entre mujeres. Un diferencial de 8.3 a uno.

En materia de accidentes (la mayoría de los cuales son accidentes de tránsito), la diferencia es un poco menor, pero igualmente significativa. En 2021, la probabilidad de muerte de un hombre en un accidente fue 3.5 veces mayor que la de una mujer.

Algo similar sucede con los suicidios, aunque en ese caso los números absolutos son algo más bajos. La tasa de suicidio entre hombres fue 4.6 veces mayor que entre mujeres.

En total, una de cada nueve muertes de hombres fue por causas externas, contra una de cada 33 entre mujeres. Si los hombres enfrentasen la misma tasa de mortalidad por causas externas que las mujeres, el país se hubiera ahorrado 56,216 muertes prematuras el año pasado, la mayor parte de hombres menores de 45 años.

¿Qué explica esta diferencia? No lo sé del todo. Pero el hecho es que los hombres recurren a la violencia con mucho mayor frecuencia que las mujeres, se colocan en más situaciones de riesgo, tienen patrones más desordenados de consumo de alcohol y drogas, y cuentan con menos herramientas emocionales para lidiar con problemas de salud mental.

Puesto de otra manera, enfrentamos una epidemia de masculinidad tóxica que, además de poner en terrible riesgo a las mujeres, pone en peligro y acorta la vida de los hombres. Es hora ya de enfrentarla con seriedad.