La esperanza colombiana
Alberto Aziz
Cuando inicia un gobierno de izquierda democrática en un país surge la esperanza de que haya cambios. Es lo que sucedió con Gabriel Boric en Chile y ahora con Gustavo Petro en Colombia. Luego viene la parte difícil, algunos dicen que la tarea de gobernar de forma democrática con buenos resultados para toda la ciudadanía es casi imposible, y así surge la decepción, como ha sucedido en múltiples experiencias, incluido México.
Gustavo Petro es el primer presidente de izquierda en Colombia y su discurso inaugural (7 de agosto) es una pieza que se puede leer como una gramática. Las ofertas, acciones y promesas plantean retos enormes. La llegada de este gobierno se expresa como “una segunda oportunidad” y como un tiempo para hacer “posible lo imposible”. En la jerarquía de las ofertas hay una serie postulados que se quedan como los adjetivos del discurso: 1) “Que la paz sea posible”, es el primer factor de gobernabilidad, para lo cual el nuevo presidente establece como premisa básica el diálogo, “dialogar para no matarnos”; hace una amplia convocatoria para construir la paz, en donde mete el grave problema de las drogas y el fracaso de la guerra en contra de ese mundo que ha causado el asesinato de un “millón” de latinoamericanos. También ha propuesto sacar a la policía del ministerio de Defensa, todo lo contrario de lo que se hace en México. 2) “Que la igualdad sea posible”, para cambiar la proporción de que 10% de la población tenga 70% de la riqueza del país. El inicio es una reforma tributaria y reformas en salud, educación, trabajo, conocimiento, distritos de riego, soberanía alimentaria. 3) “Que la igualdad de género sea posible”. 4) “Que el futuro verde sea posible”, porque el cambio climático reclama acciones frente a una realidad que se impone y que no tiene que ver con izquierdas o derechas, sino con lo que dice la ciencia. La voluntad presidencial ofrece que Colombia vaya hacia una “economía sin carbón y sin petróleo”, pero pide ayuda internacional; ofrece cuidar la selva amazónica, “uno de los pilares del equilibrio climático en el planeta”.
En entrevista con Carmen Aristegui, el ministro de Economía, José Antonio Ocampo, puntualizó los elementos de la reforma tributaria que se hizo desde el primer día del gobierno: eliminar muchos beneficios que existen; impuestos a exportaciones de petróleo, carbón y oro; impuestos a bebidas azucaradas y alimentos procesados, así como a plásticos no reciclables y combate a la evasión que se calcula entre un 5 y un 8% del PIB, según confirmó Ocampo. En México no ha llegado una reforma fiscal.
La parte de las acciones, los verbos de Petro, es lo que se conoció como su decálogo: “trabajaré” por la paz; “cuidaré” que nadie se quede atrás; “gobernaré” con las mujeres; “dialogaré” con todos; “escucharé” a la gente; “defenderé” a los colombianos de la violencia; “lucharé” en contra de la corrupción; “protegeré” el medio ambiente; “desarrollaré” la industria nacional, la ciencia, el conocimiento, la cultura; “cumpliré” con la ley, que “es el poder de los que no tienen poder”.
Esta agenda de gobierno habla de una izquierda moderna, que está en sintonía con los cambios y necesidades de una sociedad que cada día es más compleja, en donde se reconocen los problemas globales. Se trata de compromisos para reforzar todos los resortes de una democracia que está muy amenazada por las derechas, los populismos y la deriva autoritaria que carcome desde dentro a los sistemas democráticos, ya sea con militarismo, con hiperpresidencialismo y el rompimiento de la legalidad.
No la tiene nada fácil el gobierno que encabezan Gustavo Petro, un luchador de toda la vida y, su vicepresidenta Francia Márquez, una mujer que encarna las causas de la exclusión y la desigualdad, que este gobierno se propone combatir.
Han llegado de nuevo gobiernos progresistas en América Latina, falta ver qué pasa en Brasil, ojalá gane Lula para recuperar la democracia que ha destrozado el bolsonarismo. Por lo pronto, Colombia es una esperanza