24 de Noviembre de 2024

Maldita entre todas las mujeres

PAOLA ROJAS

Así decidió llamar Saskia Niño de Rivera a su más reciente libro, en el que comparte los testimonios de quienes han sufrido la maldición de la violencia de género. Hablan las madres de quienes han sido asesinadas y desaparecidas; hablan también los agresores. En un país en el que más de diez mujeres son asesinadas cada día, urge adentrarse en las causas que están detrás de este fenómeno.

Sacude leer las razones de un asesino, su contexto, sus miedos y sus dolores. Odiarlo no evita que haya más como él, mientras que tratar de entenderlo probablemente sí. Hay que comprender lo que los lleva a esos niveles de agresión para saber qué es lo que tenemos que cambiar como sociedad. Saskia propone frenar la violencia desde las causas y dejar de apostarle a una estrategia de seguridad reactiva que no ha dado buenos resultados.

En ese valiente esfuerzo de “recordar para no repetir”, recoge los relatos de quienes ya murieron y de quienes ya mataron. El objetivo es aprender juntos para trabajar de mejor manera en torno a la prevención. Pero, ¿qué hacer con los testimonios de aquellas víctimas que aún están vivas? Hablar públicamente sobre ellas es delicado. La notoriedad de un caso particular suele aumentar el riesgo de quien vive amenazada. El enojo del agresor crece si se siente expuesto. Una vez que la atención se va a otro tema suele ocurrir un nuevo episodio de mayor violencia. Por eso es crucial que haya un puntual seguimiento de cada agresión que se denuncia. Lamentablemente no hay ni protección, ni seguimiento. La autoridad abandona a las mujeres y alimenta con ello a la terrible impunidad.

El feminicida está las más de las veces en casa. Las mujeres víctimas de violencia creciente necesitan un espacio lejos del agresor para escapar de la muerte. Por eso los refugios son cruciales. Lamentablemente, el presupuesto destinado a ellos es cada vez menor. Wendy Figueroa, directora de la Red Nacional de Refugios, ha denunciado una y otra vez la insuficiencia de recursos y la afectación a los programas básicos de protección a víctimas. Aun cuando durante la pandemia se nombraron como servicios esenciales, la realidad es que reciben cada vez menos apoyo gubernamental. Ella misma informó que en lo que va de este año han atendido a más de 28 mil mujeres, niños y niñas. Esto representa un incremento en ingresos del 16 por ciento. Tienen menos dinero y más trabajo, por lo que su operación está en riesgo.

Desde el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, Leticia Bonifaz habló también de la falta de recursos y de cómo esto atropella el ejercicio de los derechos. Los programas que dejaron de recibir dinero representan un problema de regresividad en la ley, cuando esta debe ser progresiva. Están en la Constitución, pero no hay los medios para garantizarlos, por lo que “el derecho se queda en el papel, se queda nada más como letra muerta”. Muerta la letra y muerta la mujer que no encontró protección.

El problema es muy complejo y la autoridad no ha estado a la altura. Buena parte de la sociedad tampoco. Hay mujeres hoy en grave riesgo de muerte. Ante algo así, nadie puede ser indiferente.