Sobre los centros de inteligencia
ALEJANDRO HOPE
Desde que reventó el escándalo de Guacamaya, se han ido develando diversos procesos del aparato de inteligencia en México. Entre otras cosas, han brincado a la luz pública los llamados centros de fusión de inteligencia, tanto el nacional como los regionales.
Un centro de fusión de inteligencia es una manera un tanto pomposa de describir un espacio físico en el cual analistas de múltiples dependencias comparten información y generan productos comunes. Es una forma de facilitar la colaboración entre diferentes agencias de inteligencia.
No es algo nuevo: el mecanismo ha existido de formas diversas y con apelativos distintos desde el surgimiento del estado burocrático moderno en el siglo XIX. Sin embargo, la idea se puso particularmente en boga luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, interpretados por la comunidad de inteligencia como el producto de la falta de comunicación entre diversas instituciones.
La idea fue llevada a las guerras de Afganistán e Irak, y aterrizó en México a finales de la primera década del siglo. Hubo algunos esfuerzos pioneros en la parte final de la administración Calderón, pero la idea se implementó a escala en el gobierno de Enrique Peña Nieto. De allí surgió el Cenfi (Centro Nacional de Fusión de Inteligencia) y cinco Cerfis (Centros Regionales de Fusión de Inteligencia).
No hay nada siniestro en este tema: se conoce públicamente la existencia de estos centros desde hace seis años por lo menos. Se trata además de una buena práctica: el contacto directo y cotidiano entre analistas de diversas instituciones es una herramienta eficaz para generar confianza y compartir información.
Sin embargo, lo que han revelado las filtraciones de Guacamaya es que los productos de los centros de fusión de inteligencia son altamente deficientes.
Un reportaje aparecido recientemente en EL UNIVERSAL mencionó reportes de inteligencia, compartidos por el CNI a la Sedena por la vía de un Cerfi, en el cual alertaba de posibles actos violentos que sucederían en comunidades del sur de Sonora. Y fue buena inteligencia: los actos sucedieron y nadie hizo nada para prevenirlos (https://bit.ly/3N4LfsN)
Asimismo, los correos filtrados de la Sedena muestran múltiples reportes tanto del Cenfi como de los Cerfis hablando de posibles vínculos entre políticos, policías y criminales en diferentes entidades federativas del país. Esa información puede ser correcta, pero lo que parece claro es que no se hizo gran cosa con ella.
Esto revela problemas de fondo. Para que un centro de fusión de inteligencia funcione, tienen que cumplirse varias condiciones:
- El mandato del centro tiene que ser claro y preciso, como detener a individuos específicos, evitar vuelos clandestinos, prevenir tomas clandestinas en ductos, etc. No pueden ser generalidades como “combatir a la delincuencia” o “construir la paz”. Sin claridad sobre los objetivos, todo mundo acaba haciendo lo que se le da la gana.
- Un centro de fusión tiene que contar con un brazo operativo determinado de antemano. Un producto de inteligencia que no genera acción es básicamente inútil. Y muchos tienen vigencia limitada: si se tiene que negociar en el momento crucial ¿quién actúa?, la ventana de oportunidad se cierra.
- Si hay un objetivo policial en el centro, la construcción de evidencia tiene que ser el norte de la generación de inteligencia. Los datos que no se pueden presentar ante un juez no sirven.
Y por lo que revelan las filtraciones de Guacamaya, los centros de fusión en México hacen de todo y cubren de todo, generan muchos productos que nunca se operan y la judicialización no está en la ecuación.
Así no sirven de gran cosa.