Sonidos armónicos
JAVIER GARCÍA
La noche del viernes 18 de noviembre, al final de un homenaje a Mario Lavista en El Colegio Nacional, del que fue miembro muy comprometido casi 25 años, se develó su retrato concebido por Arnaldo Coen que reproduce una de las imágenes características de Mario Lavista: sentado al piano, pero no tocando, de espaldas al teclado, con las manos en reposo, sonriendo, dispuesto a la conversación.
Al observar el retrato con detenimiento pueden advertirse rasgos gestuales de Mario Lavista que acaso no eran tan evidentes: la mirada atenta y curiosa no carece de melancolía y ensueño; la sonrisa hospitalaria no prescinde de ironía íntima. Está inmerso en una estructura de cubos pictóricos posibles como el que mantiene en las manos, como los que no deja de ensayar Arnaldo Coen en su pintura. Esa noche, Claudia Lavista y Felipe Leal advertían que Mario Lavista había sido también un creador de espacios como compositor, en su Taller de Composición en el Conservatorio (dieron fe de ello dos de sus asistentes: Ana Lara y Gabriela Ortiz), como hacedor de la revista Pauta, como jugador de billar, de dominó, de poker, como cuando llegaba a cualquier lugar...
En un rincón de la obra, aledaño al piano, puede descubrirse algo de la partitura de Cage, la obra de Mario Lavista que en complicidad con Arnaldo Coen convirtieron asimismo en arte visual.
A pesar de que, no sin fascinación, comprendía las posibilidades de lo que hacia el final de la década de 1960 y el principio de la de 1970 se consideraba “vanguardia”, Mario Lavista no obviaba la tradición, lo que, entre otras cosas, lo indujo a descubrir e indagar innovaciones de la Edad Media, sobre todo del Ars Nova. Naturalmente también siguió el ejemplo de las conferencias que importaban un concierto de su maestro Carlos Chávez en El Colegio Nacional. No sólo por eso y porque sabía que la música puede ser asimismo una forma de honrar y relacionarse con los muertos, en ese homenaje nocturno el Trío d’Argent, el pianista Santiago Piñeirúa y el Cuarteto José White tocaron obras suyas y de sus cómplices en el Taller de Composición, Ana Lara y Gabriela Ortiz.
No por azar, entre las obras que interpretaron de Mario Lavista se hallaban Simurg para piano, cuyo origen es “El acercamiento a Amoltásim” de Borges y Reflejos de la noche que surgió de su lectura de “Eco”, uno de los ocho poemas breves de Suite del insomnio de Xavier Villaurrutia. Mario Lavista, que murió hace poco más de un año, no necesitaba confesar que muchas de sus obras procedían de la literatura para percatarse de ello. Creía que “la alianza entre música y poesía ha sido siempre la regla y nunca la excepción”, que esa relación “siempre ha pertenecido al ámbito de los sueños” y que “ilustra la manera en la que dos disciplinas artísticas descubren y exploran sus mutuos misterios”.
Aunque ninguna de sus obras procede de su escritura, Mario Lavista se reconocía como lector devoto de Proust, que cumplió 100 años de haber muerto el viernes en el que se sostuvo el homenaje y la develación del retrato de Lavista en El Colegio Nacional. Proust escribió “Retratos de pintores y de músicos”, aunque confesó que esos eran los peores versos que había escrito. Con su sonrisa generosa, Mario Lavista no dejaba de recomendar el “Elogio de la mala música” de Proust.