El primer imperio ruso lo fundó Iván El Terrible, el segundo fue la obra de dos grandes emperadores, un hombre y una mujer, Pedro y Catalina; duró hasta la Revolución de Octubre que creó el tercer imperio: la Unión Soviética. ¿Logrará Vladimir Putin resucitar esa triple herencia bajo la forma del cuarto imperio? Hasta anteayer parecía que andaba por buen camino. En su mensaje sobre el Estado de la Federación de Rusia, podía saludar el regreso de la “Santa Crimea” en el seno de Rusia, “puesto que es justamente ahí, en Crimea, que Vladimir El Grande fue bautizado antes de bautizar a la Rusia entera”. Vladimir, el santo patrón de Putin…
En su mensaje trató el asunto de Ucrania: “En el caso del acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Ucrania, sencillamente no hubo diálogo con nosotros. Nos significaron que no eran nuestros asuntos. Para decirlo en lenguaje popular, nos mandaron por un tubo… Entre 1990 y 2000 es obvio que entre más concesiones hacíamos, más arrogantes, cínicos, agresivos, se volvían nuestros adversarios. A pesar de nuestra voluntad de colaborar sobre todas las cuestiones espinosas, a pesar de que consideramos a nuestros antiguos enemigos como amigos próximos, ellos, tras bambalinas, estimulaban a los separatistas… Les hubiera gustado un guión yugoslavo, nuestro derrumbe y desintegración… No lo permitimos. Así como no funcionó para Hitler que quería destruir la Rusia, no les funcionó… Nadie debe olvidar como todo esto puede terminar”.
Luego se precipitó la caída de los precios del petróleo, el rublo perdió en poco tiempo la mitad de su valor y el pánico empezó a cundir. En su conferencia de prensa ritual de fin de año, Putin denunció al “imperio occidental”, responsable de los problemas económicos del país: “El imperio quiere que sus vasallos caminen a su antojo… En Ucrania, la razón la tenemos nosotros, ellos no. La expansión de la OTAN hacía nuestras fronteras ha levantado un nuevo muro de Berlín… El golpe de Estado de la fuerza armada en Kiev se prolongó con una operación punitiva” (contra los separatistas de Donetsk y Lugansk. N. de J. M.). Cuando un periodista le preguntó si había soldados rusos en Ucrania, no contestó directamente pero dijo que “los que siguen el llamado de su conciencia, cumplen con su deber, como los que en calidad de voluntarios pelean en el este de Ucrania”.
La crisis en Ucrania, la anexión de Crimea, el apoyo a los “rebeldes” marcan una ruptura grave entre los “imperios”, “el Imperio occidental”, en palabras de Vladimir Putin, y el proyecto de Eurasia, el cuarto imperio ruso. Los occidentales tienen una seria parte de responsabilidad en la crisis que empezó de hecho a la hora de la muerte de Yugoslavia, rebotó con la intervención de la OTAN en Kosovo, en Irak en 2003, la crisis política de Ucrania en 2004 y la guerra-relámpago de Rusia contra Georgia. Luego la destrucción del régimen de Muamar Gadafi en Libia ofendió gravemente a Moscú y acabó con lo que podía subsistir de confianza. Los occidentales, seguros de su victoria, no hicieron caso ni a Gorbachov, ni a Yeltsin, negaron la existencia de un espacio post-soviético y le apostaron a una segmentación regional. La reacción del presidente Putin fue precisamente la reconquista de este espacio. La anexión de Crimea y las operaciones en Ucrania son la contestación tardía a los bombardeos efectuados por la OTAN sobre Serbia, Irak y Libia.
“El imperio occidental” quería acabar con Bashar el Assad, el aliado sirio de Moscú, mientras que los rusos consideraban que era un error gravísimo y una alianza de hecho con el islamismo radical. Luchando contra el “Occidente imperialista” y el radicalismo sunita, el presidente Putin relaciona Ucrania y Siria en su análisis del papel nefasto de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, la trinidad imperial.