México tuvo un rol protagónico en la campaña para las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016. El entonces candidato Trump señalaba al país básicamente como fuente de problemas. México —desde su perspectiva— no solo se aprovechaba del acuerdo de libre comercio firmado en los 90, sino que también mandaba a Estados Unidos gente que le robaba empleos a los ciudadanos de ese país. Logró instalar en la conversación pública la idea de que los déficits comerciales eran indeseables —más allá de cualquier matiz— y de que él —desde luego— revertiría el desbalance renegociando el tratado.
A pesar de las continuas amenazas, el triunfo de Trump tomó a México desprevenido en esa discusión. La relación comercial se daba por hecho y ni siquiera se contaba con información suficiente para defender el acuerdo. A marchas forzadas se logró integrar un equipo que llevó a buen puerto esa renegociación y en noviembre de 2018 se firmó por los presidentes de México y Estados Unidos y el primer ministro canadiense.
El “nuevo” tratado es muy similar al anterior, pero hay algunos cambios importantes, entre ellos, la adición de la sunset clause que implica que el acuerdo se revisaría cada seis años con la idea de otorgar certeza y asegurar que los términos se mantengan actualizados.
Esa idea, que suena muy bien en el plano teórico, contrastaba con los comentarios del entonces representante comercial de EU que señalaba que la cláusula impediría que ese país se encontrara inmerso en una relación desbalanceada.
La sunset clause se activará en 2026 muy probablemente con Trump de nuevo como presidente de Estados Unidos. Si bien el acuerdo vigente se firmó bajo su administración, México haría bien en estar preparado no solo para una campaña de golpeteo político sino para una presidencia agresiva en materia comercial.
Hay quien dice que a México le fue bien con el gobierno trumpista e incluso concediendo esa aseveración no tendría por qué suceder lo mismo en otra administración. La economía global ha cambiado en los últimos años, los ajustes en las formas de producción que empezaron a darse en los años que precedieron a la pandemia se aceleraron y los patrones de ingreso y consumo cambiaron. Pero algo se mantuvo: Estados Unidos sigue siendo el mayor consumidor y mientras esa sea la realidad, alguien proveerá los bienes demandados.
México se ha beneficiado del crecimiento económico de su principal socio comercial. No se trata únicamente de la relocalización de empresas o de las cadenas de suministro, ese fenómeno es distinto. El aumento en el ingreso, incluyendo el derivado de los programas de apoyo otorgados como respuesta a la pandemia en ese país, ha impulsado el consumo y en consecuencia el comercio.
El déficit comercial que tanto molestaba a Trump en la campaña de 2016 sigue existiendo. Pero hay un ingrediente adicional: la creciente relación comercial de China con México. Y eso no le gusta a Estados Unidos. No le gusta nada. A Trump menos.
Asumir que a Trump ya conocemos, que sabemos sus formas de negociar y de presionar comercialmente y por lo tanto ya tenemos el camino andado sería ingenuo. El desastre hasta el momento del partido demócrata —a pesar de los buenos resultados económicos de Biden— ha empoderado al expresidente. No será el mismo Trump el que llegue, será uno reloaded. ¿Estará México listo para la revisión del TMEC en 2026?