22 de Abril de 2025

En mis días en las Naciones Unidas se produjo el atentado terrorista en la estación de Atocha en Madrid, el famoso 11-M. Aprovechando la posición privilegiada que tenía, me reuní con el mayor número de embajadores de países islámicos que pude para preguntarles qué reacción les merecía saber que seguidores de su creencia religiosa se atribuyeran esa matanza. La respuesta me sorprendió por su consistencia: los colegas diplomáticos me explicaron que la mayoría de los musulmanes está convencida de que Occidente, tarde o temprano, habrá de aniquilarlos, dado su mayor poderío militar y tecnológico. Es cosa de tiempo. Así piensa el musulmán de a pie en Damasco y en Teherán. Por ello, cada vez que se produce un ataque terrorista como aquel de Madrid o el más reciente de París, su percepción es que Occidente se distrae y ellos ganan tiempo, retrasan su inevitable exterminio. Lo mismo que en Occidente se difunden las imágenes de los asesinos de los caricaturistas franceses, en el mundo islámico se difunden los bombardeos de los drones norteamericanos en Afganistán o en Pakistán.

La brecha creciente entre las percepciones de uno y otro mundo es uno de los temas más urgentes para la estabilidad mundial. Como resultado del operativo en Francia, lo más probable es que Washington, París y Londres refuercen sus ataques sobre las células de Al Qaeda en los países musulmanes y sobre el Estado Islámico, que ya domina el norte de Irak y de Siria. Esos ataques reforzarán la convicción que me transmitieron los embajadores ante la ONU de que Occidente busca aniquilarlos. Después de los atentados de París, puede desatarse un concurso de represalias. La pesadilla francesa apenas comienza.

A raíz de los ataques contra el semanario Charlie Hebdo, Francia se ha dividido claramente en dos campos: quienes desean preservar sus libertades y quienes anteponen la seguridad del país y para ello exigen que los musulmanes sean echados de suelo francés. El primer grupo, muy numeroso y cercano al Partido Socialista, es el que salió a las calles de París con los lemas de “Je Suis Charlie” y “I’m not afraid”, dejando en claro que los extremistas no lograrán intimidar a la población y conculcar su derecho a la libertad de expresión. En el segundo grupo se encuentra en forma notoria el Frente Popular de la señora Marine Le Pen, que no marchó en la manifestación. Para este partido la masacre de los dibujantes es la prueba palpable de que Francia debe deshacerse de los extranjeros, especialmente de los islámicos, para recobrar los valores y la identidad franceses.

La exclusión y el racismo han escrito algunos de los capítulos más sombríos de la historia moderna, especialmente en Europa. A los simpatizantes de la señora Le Pen no les convence el argumento. Su tesis es la de “rescatar a Francia” de la presencia extranjera. Irónicamente, el Frente Popular está sucumbiendo precisamente a la trampa que pusieron los terroristas: sembrar el odio y apostar al conflicto entre religiones. A fin de cuentas, el propósito último de los yihadistas es la universalización del islam por cualquier método.

Francia, por interés propio, debe encabezar un diálogo entre credos y culturas, donde Occidente y el islam rompan con esta espiral de muerte y establezcan un compromiso para condenar y combatir las expresiones más radicales y xenofóbicas que operan en ambos bandos. Si prevalece la visión de uno y otro lado de que el exterminio es el objetivo último, dejaremos el lema de “Je Suis Charlie” para adoptar el de “Je Suis un extrémiste”.