21 de Mayo de 2025
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19b

Hay algo profundamente irónico en el escepticismo actual frente al fenómeno OVNI: nunca habíamos tenido más evidencia, y nunca habíamos tenido más negación.

Vivimos en una época en la que exmilitares norteamericanos declaran bajo juramento ante el Congreso que hay tecnologías no humanas recuperadas, pilotos de combate comparten videos grabados por sus propios sistemas de radar, científicos del Pentágono hablan, con cara seria, de “inteligencias no humanas”. Y, sin embargo, el ciudadano promedio —el mismo que cree que su teléfono lo espía— no cree en OVNIs.

¿Cómo se explica este cinismo?

¿Cómo se sostiene una negación tan fuerte en medio de tantas pruebas?

La respuesta, como casi todo en el siglo XXI, es compleja.

Primero, porque el fenómeno ha sido ridiculizado durante décadas, la ecuación OVNI = loco sigue vigente. El testigo es siempre cuestionado, el periodista que lo cubre, degradado, el académico que se interesa, marginado, la ciencia oficial, que debería estar haciendo las preguntas, prefiere mirar hacia otro lado para no comprometer su reputación.

Segundo, porque aceptar que no estamos solos no es simplemente fascinante: es desestabilizador, obliga a revisar la historia, la religión, la ciencia, la política, la ecología, la biología y —sobre todo— nuestro lugar en el cosmos y eso da miedo. Más miedo que una invasión, incluso, el escepticismo es, entonces, una defensa, una negación disfrazada de racionalidad.

Tercero, porque el fenómeno es elusivo, no se deja atrapar por un modelo clásico, aparece, desaparece, transforma, engaña, muta. Lo OVNI no es solo tecnológico: es psicológico, simbólico, biológico, energético, es un espejo cuántico que se comporta distinto ante cada observador, eso desconcierta a los que quieren certezas absolutas y como no hay “prueba concluyente”, descartan todo.

Pero quizá la razón más profunda es otra: el escepticismo del 2025 no es científico es cultural.

Vivimos saturados, de estímulos, de noticias falsas, de teorías, de desconfianza, nada nos sorprende ya, ni siquiera lo imposible, un ovni sobre el Zócalo tendría menos impacto que un meme viral.

Entonces el fenómeno continúa, silencioso, indiferente a nuestras dudas, a nuestras agendas, se manifiesta en la frontera de lo visible y lo inaceptable, no necesita ser creído. Solo observado.

Y mientras tanto, el escéptico —ese que dice que “no hay pruebas suficientes”—

sigue mirando hacia abajo,

esperando que la próxima gran verdad venga explicada con subtítulos, firma oficial y una app descargable.

Pero el universo, como los ovnis,

no necesita nuestro permiso para existir.

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