16 de Mayo de 2024

-Paz en Colombia 

Como sostiene Héctor Abad Faciolince, más vale que las antiguas fuerzas beligerantes hagan política a permitir su reincidencia en el crimen 

Por Christopher Domínguez Michael 

Recuerdo mis primeras visitas a Bogotá, a fines de los años noventa, en las que pese al 94 y la criminalidad rampante provocada por la ruptura simbólica de la paz social del PRI, todavía era posible utilizar la palabra “colombianizar”, esto para exorcizar un futuro remoto del narcotráfico y guerrillas todopoderosas. Dolía particularmente el sufrimiento de un país entrañable y me disculpo por usar palabra tan manida. En México, gracias a la mutua voluntad de paz del presidente Salinas de Gortari (nunca se le reconoce el alto al fuego unilateral del 12 de enero) y del EZLN, ese escenario se alejó pero una década después, la guerras narcas y la polémica intervención en ellas del gobierno de Calderón, hicieron de la “mexicanización” este presente de dolor y sangre que perdurará mientras no se despenalice el negocio de la droga. Además, tuvimos en Ayotzinapa y tenemos, alrededor de los plantíos de amapola en Guerrero, males proliferantes: entre ellos, el germen de la narcoguerrilla.

En Bogotá, donde estuve unos días y no pude sino recoger conversaciones del orden anecdótico, las élites políticas y universitarias (excepción hecha de los partidarios del expresidente Uribe) están a favor de votar Sí a la paz en el referéndum del próximo 2 de octubre en las condiciones ya pactadas por el Gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC. En la calle es más frecuente escuchar el No, por buenas y malas razones, desde el miedo irracional a que la antigua guerrilla use el proceso pacificador para empoderarse mediante la violencia, hasta el comprensible disgusto ante el alto grado de impunidad que el acuerdo significa para quienes mediante el asesinato y el secuestro dañaron irremediablemente a muchos, sobre todo, entre las clases populares y en el campo. También disgusta que a las FARC se les otorgue representación parlamentaria, con voz pero sin voto, mientras se desarrollan los acuerdos. 

A todos ha sorprendido, desde el presidente Santos hasta los voceros del No, la disposición de las víctimas (de la guerrilla pero también de los paramilitares) para dar por bueno el proceso de paz. 

Así, la reaparición de Ingrid Betancourt, prisionera emblemática de las FARC durante casi siete años, apoyando el Sí, tiene un significativo simbolismo. Pasó ya el extravío de la excandidata ecologista a la presidencia, quien llegó a reclamar, meses después de su liberación en un operativo militar admirable por su precisión al Estado colombiano una indemnización por su secuestro, cuando fue advertida de que incursionaba, en aquel febrero de 2002, en territorio rebelde.

Su disposición favorable al acuerdo de paz, expresada hace días, ha convencido a muchos de compartir su buena voluntad y votar por el Sí. Betancourt reitera que las víctimas, quienes más sufrieron, son aquellas mejor dispuestas a hacer concesiones, inaceptables para muchos ciudadanos, de la misma manera en que un artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince convenció a Mario Vargas Llosa, reticente, en que de ser colombiano, votaría por el Sí. Hijo de una víctima de los paramilitares y teniendo a un cuñado dos veces secuestrado por las FARC, Abad Faciolince sostiene que más vale que las antiguas fuerzas beligerantes hagan política a permitir su reincidencia en el crimen. Muchos piensan como él y por ello es previsible la victoria del Sí, aunada a la intención manifiesta de las FARC, las cuales sobrevivieron tantos años gracias al derecho de piso cobrado a los narcotraficantes (y algo más), de que aun en el caso de una victoria del No, renunciarán a las armas. 

A quienes repugna, como es mi caso, la parafernalia guerrillera latinoamericana, desde la Cuba de 1959 hasta sus estertores colombianos, nos resulta sorprendente el entusiasmo, al parecer genuino, de los jefes de las FARC y de sus milicias, por la paz. 

Conceder el beneficio de la duda y recordar aquella imagen sufriente de la secuestrada Ingrid Betancourt como una virgen despojada, reducida a la esencia de lo humano, quizá logre que una estampa como aquella, de una tragedia tan nuestra, no se repita.