José Vasconcelos había renunciado como titular de la Secretaría de Educación Pública, luego de desatar una profunda revolución cultural en México, y tramaba la publicación de una revista que continuara su obra: “Antorcha”. Salvador Novo andaba desatado: a propósito de la visita a México del colombiano José María Vargas Vila, cuyos libros se vendían por miles, y por cuya lectura los curas ofrecían desde los púlpitos las llamas eternas del infierno, Novo declaró: “Su obra son los gritos de un niño que se ríe cuando han descubierto que se hizo pipí para que crean que lo hizo por gusto y no por susto… No faltará, cuando se muera, quien descubra que este Nietzschecito aconsejó la fuerza porque carecía totalmente de ella”.
El jazz causaba furor. Las mujeres con el pelo corto, Las Pelonas, escandalizaban a las conciencias ancladas en el porfiriato. Julio Torri ridiculizaba a quienes mostraban su antipatía por ellas.
Xavier Villaurrutia se refería por primera vez a sus amigos como el “grupo sin grupo” y se divertía escribiendo en “La pajarita de papel”, la revista del PEN CLUB: “A cualquier hora que veamos un Cézanne resulta que va a sonar el mediodía. Se comprende que en Rubens las mujeres tengan que andar desnudas a pesar de la abundancia de sus carnes. Hace tanto calor que de otro modo habría que pintarlas sudando”.
Según la enumeración que recoge Antonio Acevedo Escobedo en “Letras de los 20” (1966), Fernando Soler llegaba de España a montar con su compañía “El barbero de Sevilla” y el actor cómico Paco Gavilanes se despedía para siempre en el Teatro Principal. Jesús Galindo y Villa recomendaba que se hiciera una estatua de Sor Juana en la plazoleta del convento de San Jerónimo. Antonio Caso se había visto obligado a vender su biblioteca, pero sus compañeros llegaron a un acuerdo económico con Porrúa, y se la devolvieron.
En esos días en que se acercaba la toma de posesión de Plutarco Elías Calles, la deliciosa Delia Magaña y El Cuatezón, Leopoldo Beristáin, arrancaban carcajadas en los teatros de revista, con una serie de obras con penetrante filo político: “Vaya ministro”, “El futuro gabinete” y “El Poder Ejecutivo”.
Hace un siglo, finales de octubre de 1924, Plutarco Elías Calles se hallaba hospedado en el Waldorf Astoria de Nueva York. Durante su reciente gira por Europa había recibido el cable que le informó había ganado las elecciones del 6 de julio con una cifra histórica: más de un millón de votos. El presidente electo anunció su llegada al país para el 11 de noviembre.
Planeaba regresar en ferrocarril, pero Álvaro Obregón le advirtió que en la frontera había partidas de “despechados” que esperaban su regreso para tomar por asalto el tren. Llegó a Tampico en un barco con bandera hondureña. Tras su entrada a la ciudad, anunció que no recibiría visitas: iba a concentrarse en la preparación del gabinete.
Un día después de su llegada, los diputados se enfrentaron a tiros en la Cámara: se había descubierto que en la nómina había “aviadores”, cuyos salarios eran cobrados por los legisladores, y Manlio Fabio Altamirano denunció que en esa nómina aparecía incluso una prostituta conocida como La Metates. Ese día se dispararon en la Cámara más de 200 tiros. Un legislador murió. El líder obrero Luis N. Morones resultó herido en la cara.
Calles tomó posesión el 30 de noviembre en el Estadio Nacional, ante más de 30 mil personas. Anunció que México había vencido al monstruo de la violencia y comenzaba por fin “una nueva era”: “Una página blanca de un libro nuevo que la Historia no salpicará con manchas rojas”. El conflicto religioso que estalló en su gobierno habría de dejar, sin embargo, unos 250 mil muertos.
Ese día, Calles se retiró a su casa en Marsella 21 para festejar en privado con su familia. Sus primeras disposiciones se dieron a conocer en los días siguientes. Mandó a hacer un “Código de moralidad” para las primarias. Le quitó automóviles y choferes a la alta burocracia —solo se los dejó a los secretarios, a condición de que ellos pagaran la gasolina—, e inició un plan “de sobriedad y austeridad” que incluyó el recorte de miles de empleados: la SEP anunció que solo contrataría personal afín al gobierno, “para evitar escollos constantes a la obra revolucionaria”.
En todas las oficinas públicas se instaló un régimen de “verdaderas economías”, propias “de los tiempos de democracia que vivimos”. Todas estas se quedaron sin papel, sin lápices, sin tintas, sin grapas.
En busca de “una absoluta moralidad” en el manejo de fondos, vendió los landós presidenciales, así como los caballos, “para suprimir el boato del protocolo”. Obligó incluso a los empleados a acudir a las oficinas en Navidad y Año Nuevo.
Dijo que no sería necesario endeudarse: con esas economías bastaba para sacar a flote al país. El dinero se iba, sin embargo, en los sueldos del Ejército y la burocracia. Obregón había dejado un tiradero: a miles de empleados se les debían decenas atrasadas. Calles anunció que no iba a recibir a quienes fueran a verlo para solicitar empleo. La Secretaría de Guerra despidió a 13 mil empleados civiles. La SEP publicó en los diarios que carecía de plazas y rogó a los solicitantes que no fueran a robar el tiempo a los funcionarios. “Es inútil solicitar empleo”, se leía en El Demócrata.
EL UNIVERSAL publicó la historia de un joven que al ser despedido se pegó un tiro en el jardín de Tlatelolco. El gobierno optó por pedir a las compañías petroleras el pago de impuestos anticipados, para sortear el escollo y detener los movimientos que estaban gestando los sindicatos de empleados de gobierno.
Novo seguía desatado. Antes de que terminara el año había publicado “La poesía norteamericana moderna”, Francisco Monterde escribía que bajo los árboles de la Alameda los globos eran la fruta de los domingos, y Artemio de Valle-Arizpe se burlaba de la voluminosa pluma fuente de Alfonso Reyes: “Ciertos días del año dice papá y mamá. En sus excursiones al campo la utiliza como termo para llevar café con leche y siempre que va a Toledo la llena de agua del Tajo, para llevársela a su baño en Madrid”.