Mire usted, yo no sé cómo empiezan los cuentos en otros lados, pero aquí en México las cosas raras pasan en las colonias donde los tacos cuestan cinco pesos y la señora de la tienda apunta fiado con lápiz, por si hay que borrar después y esto que le voy a contar no es mentira, aunque parezca sacado de un episodio de La Rosa de Guadalupe dirigido por Steven Spielberg.
Porque resulta que un día, en la primaria más gloriosa y llena de espíritu de lucha—o sea, la Primaria Nacional Patito de Iztapalapa—ocurrió un milagro estadístico que terminó con un niño de once años sentado en la final del concurso de inteligencia más importante del universo.
Contra un marciano.
Para entender cómo llegamos a esto, hay que empezar por lo básico: un error administrativo. Porque en México si algo no te tumba, es porque primero te perdió en el sistema, pues ahí tiene que la Secretaría de Educación Pública, con su maquinaria infalible de trámites y sellos de tinta azul, organizó un concurso para encontrar a los niños más inteligentes del país, el plan era sencillo: aplicaban exámenes en todas las primarias, sacaban los mejores puntajes y elegían al genio nacional para representarnos en el Gran Concurso Galáctico de Inteligencia.
Suena impresionante, ¿verdad? Pues sí, pero en la primaria Patito de Iztapalapa nadie le tomo mucha importancia.
—¡Ay, maestra! Pero si aquí ni internet tenemos, ¿cómo nos vamos a meter a ese concurso? —decía la niña más aplicada del grupo, que apenas alcanzaba un 7.5 de calificación y ya había aceptado su destino de heredar la miscelánea de su abuela.
Pero entonces, el milagro sucedió.
El día en que subieron los resultados nacionales, en la página de la SEP apareció un nombre que nadie esperaba, no era el de la niña de los diez perfectos del Colegio Madrid, No era el del niño que sabía dividir con punto decimal sin calculadora y sin llorar del Franco Mexicano.
No. Era el de Luis Ángel Pérez Flores. Alias “El Galleta.”
Un niño que nunca había sacado más de 6.5 en su vida, cuyo mayor logro académico había sido aprender a lanzar bolitas de papel con la precisión de un francotirador. Y de donde más, claro está, de la “Gloriosa Primaria Patito de Iztapalapa” ¿por qué no?
Nadie entendía nada, ni la maestra, ni la directora, ni su mamá, que pensó que la estaban llamando de la escuela para otra junta disciplinaria, es más, ni el perro callejero que siempre seguía a Luis Ángel de la escuela a su casa, lo entendía.
Resulta que alguien en la SEP se equivocó al capturar su puntaje, donde debía decir 54 puntos, escribieron 540 y pum, de la nada, el niño que apenas sabía qué era un sustantivo, se convirtió en el niño más inteligente de México. Y no solo eso, con ese puntaje perfecto, lo mandaron directo a la final intergaláctica.
Cuando Luis Ángel llegó al concurso, todavía pensaba que todo era una broma. Se lo llevaron en avión privado custodiado por seis tipos vestidos de negro, (él pensó que lo iban a meter a la cárcel o le resetearían la memoria). Lo hospedaron en un hotel con más botones que su tele (se le olvidó en cuál piso estaba su cuarto y terminó durmiendo en el pasillo). Y cuando entró al auditorio de la Federación Galáctica de Inteligencia, por poco se desmaya.
La sala era gigantesca, con pantallas flotantes y luces que cambiaban de color, había científicos de todas partes del mundo murmurando cosas que él no entendía, como "física cuántica" y "análisis estructural de la materia oscura."
Y ahí, en el centro del escenario, estaba su rival, era bajito, azul, con antenas que se movían solitas como buscando señal de WiFi.
—Damas y caballeros… —dijo el presentador, que parecía un extraterrestre con problemas de garganta— Bienvenidos a la Gran Final Galáctica de Inteligencia. El público estalló en aplausos.
—Hoy, nuestros finalistas competirán en una serie de retos diseñados para poner a prueba la inteligencia en todas sus formas, por un lado, tenemos al representante de la Federación Galáctica: Z’ark, la mente suprema del planeta Orionis III.
El público ovacionó al marcianito, era un crack, había ganado todas las eliminatorias resolviendo ecuaciones multidimensionales mientras levitaba y en tiempo record.
—Y por el otro lado, tenemos al representante de la Tierra… Luis Ángel Pérez Flores, de la primaria Patito de Iztapalapa.
Silencio. Solo se escuchó un tímido "¡Eso, mi niño!" que su mamá gritó desde la tribuna.
Luis Ángel tragó saliva, miró al marciano, que lo miró de vuelta, era su momento, el duelo del siglo
—Primera prueba: Resolución de Problemas Matemáticos Complejos. Z’ark cerró los ojos, concentrándose, Luis Ángel abrió los suyos, desesperándose.
—La pregunta es: Si una nave viaja a la velocidad de la luz hacia un agujero de gusano con una desviación angular de 32 grados, ¿cuál será su posición en el espacio-tiempo después de cruzarlo? El público contuvo la respiración. Z’ark tocó sus antenas, hizo cálculos mentales a la velocidad de un CPU cuántico y respondió:
—X=(c⋅t)sin(θ)X = \frac{(c \cdot t)}{\sin(\theta)} con una variación de 0.002 parsecs.
Todos aplaudieron. Luis Ángel sudó. Se rascó la cabeza. Pensó en las pocas matemáticas que entendía. Y entonces, se iluminó.
—Oiga… ¿y si mejor NO metemos la nave al agujero de gusano? Porque en las películas siempre explotan.
Silencio. Los jueces se miraron entre ellos, algunos asintieron. —Es… una respuesta válida —dijo el presentador. El público estalló en aplausos, Luis Ángel sonrío sorprendido pero motivado. Prueba de lógica aplicada
—Si tienes tres portales interdimensionales y solo uno te lleva a casa, pero dos tienen trampas mortales, ¿cómo decides cuál tomar?
Z’ark volvió a cerrar los ojos, hizo cálculos, desplegó un holograma de análisis de probabilidad.
—Usaría una partícula cuántica para medir la fluctuación energética de cada portal y determinar cuál lleva a la dimensión correcta. Los jueces aplaudieron.
Luis Ángel pensó. —Yo mandaría a mi tío “El Pelos” y a mi primo “El Holgaza” primero, ellos son rete aventados. Silencio. — Ya si se mueren, pues ya se cuáles eran los portales malos y de menso me meto por allí. Los jueces se quedaron pasmados. —Técnicamente… es lógica válida. Aplausos otra vez.
Prueba final: Pensamiento abstracto
—Dibujen una representación visual del concepto de “infinito.” Z’ark tomó una tableta, trazó ecuaciones fractales, representaciones del espacio-tiempo en espiral, una obra maestra. Los jueces quedaron anonadados.
Luis Ángel tomó un plumón y dibujó algo sencillo: un gusanito que se mordía la cola. Los jueces miraron. —¿Por qué elegiste eso? —preguntaron. —Porque allá en la fonda de quesadillas de doña Lupe, he visto como cuando los gusanos le caen del techo al comal y se mezclan entre el queso y la masa y los parten en dos con el cuchillo, el cuerpo les vuelve a crecer, entonces, si un gusano, se come a si mismo pero el cuerpo le vuelve a crecer ¿en qué momento deja de existir?
Silencio. Un científico humano se desmayó en el público. —Eso es… ¡una paradoja filosófica de auto-consumo existencial! —gritó un juez emocionado. ¡Y Luis Ángel ganó la ronda final!
El veredicto
Después de horas de competencia, los jueces deliberaron. —Ha sido una final inesperada —dijo el presentador—. Ambos concursantes demostraron inteligencia en formas distintas.
Z’ark inclinó la cabeza, aceptando la derrota con dignidad alienígena, Luis Ángel, mientras tanto, ya estaba sacándose un moco. —El ganador de este Gran Concurso Galáctico de Inteligencia es…
Silencio. —¡UN EMPATE!
Los jueces explicaron que la inteligencia no es solo saber fórmulas, sino también entender la vida, la lógica, la creatividad. Y así, por error administrativo, un niño de Iztapalapa empató con un genio alienígena en el concurso más importante del universo.
Luis Ángel regresó a su primaria como héroe, nunca volvió a sacar más de 6.5, pero todos lo respetaban y desde entonces, cada vez que miraba al cielo, juraba que veía a Z’ark saludándolo desde una estrella.